Echo la moneda, una, dos, tres veces, veinte veces. La máquina me la devuelve.
El camarero se acerca con mi moneda.
Acaricia la máquina como un caballo receloso.
Echa la moneda.
Con la misma fuerza, con el mismo ángulo, desde la misma posición que yo.
La máquina se porta muy bien y suelta mi paquete de tabaco.
"Es algo caprichosa" ha dicho el camarero.
La máquina está tan finamente ajustada que reacciona al mínimo cambio del entorno; los clientes lo saben y la hacen que responda a la voluntad colectiva.
El magnetismo humano, la distribución del peso sobre el suelo, la vibraciones, el sonido, la temperatura, el equilibrio electromagnético de la sala; son otros tantos elementos que los clientes modifican como en un juego, aunque sólo sean conscientes del resultado.
Igual que la máquina humana, equilibrio superfino de la química del carbono, que a veces se inflama en su diálogo con Dios...
5 comentarios:
Es que no estaba en el mismo angulo que tu...a los que os pasa pensais que no hay diferencia en como metio el camarero la moneda...pero es obvio que la hay...yo soy el tipico que siempre socorre a los que la maquina les devuelve la moneda...tu frotala contra la maquina,suele ir bien...
no-ta-ble!
de una sensibilidá pasmante; la extrapolación de las finuras de la psique y el alma humana al funcionamiento de un artefacto inanimado evidenciando la naturaleza hipersensible de todo lo que la mano del hombre crea/toca/imagina. Mencantó!
Así, los hay que tras años probando no aciertan y siguen recibiendo la moneda de vuelta: ¿para cuándo un manual del trato humano? hombrepordioscoñoya, si es que esto no es serio; no hay ni una triste marca que señalice el botoncito de la felicidad...
Joder, coño, si es que es verdad, hostia!
A ver si no va a ser que somos también como máquinas de tabaco; que estamos ahí, en el bar, rodeados de gente; bullendo de electricidad que nos corre por los circuitos. Y tenemos borrado el botoncito de la felicidad...
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