Recientemente nos contaba un amigo que había estado en la selva amazónica de Brasil, que un día dos niños de cuatro años se fueron solos a pescar al río, pescaron unos peces y luego los cocinaron e invitaron a nuestro amigo a comer. (de la nota 3 capítulo 3 segunda parte de "la represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente")
Me fijo en la Cindy que es la perra más inteligente que he tenido. Tiene un año y cinco meses y ya sabe todo lo que hay que saber sobre la ciudad. Además, la han criado sesenta gatos de un solar, que es como si el hada madrina de los gatos la hubiera tocado con la varita mágica de conceder virtudes. Hoy no nos acompaña ningún gato en el paseíllo, son fiestas y hay mucho follón en la calle, y la Cindy no tiene pues nadie más a quien cuidar. ¿Qué más puedo enseñarle a la Cindy? Está en la flor de la vida y llena de ansias de aprender más, y sin embargo ya lo sabe todo. ¡Qué decepción cuando comprenda que no hay más! ¿Qué les queda a nuestros perros sino volverse como nosotros, viciosos, tragones y drogadictos? ¡Ay! Y los míos tienen suerte...
¿Qué les queda a las demás especies de animales, si quieren sobrevivir, sino volverse como nuestros perros?
Como nuestros perros... Hummm... Por eso los animales son salvajes; tienen un poco de dignidad.
Observad conmigo, amigos míos, mientras el horrible mundo que hemos creado se desmorona y se lleva consigo el que Dios había creado, una de las últimas luchas honestas que habrá en el mundo: la lucha entre la avaricia humana (que quiere poseer todo tipo de peluches y a cambio ofrece la supervivencia) y la dignidad de los animales salvajes, que no quieren acabar como los perros.