21 julio 2008

In memoriam


La primera vez que lo vi me impresionó. Junto con tres amigos, habían organizado una partida de rugby en una plaza de la ciudad. El balón era una lata de refresco vacía, las porterías las que el mismo desarrollo del juego iba determinando, tácitamente aceptadas por todos. Y las reglas eran nulas, si no eran arriesgar todo lo posible para marcar más, y respetar al contrario al máximo. Digo que me impresionó, y a cualquiera le hubiera impresionado ver a ese hombre fuerte, descamisado, con la cabeza cuadrada esculpida como a martillazos, que saltaba sobre los bancos de piedra, chocaba contra las paredes, rulaba de la calzada a la acera y enviaba con fuertes golpes la lata de refresco sobre el césped para que la cogiera su compañero. Pero todos pasaban de largo. Yo me quedé.

Luego resultó que éramos vecinos, él ya se había fijado en mí, y aunque nunca nos habíamos encontrado en el rellano, habitaba una de las otras dos puertas del séptimo piso donde yo vivía.

Por aquel entonces consumía mucha dexedrina, con alcohol, que daba subidón bien violento, y claro está hachís y mariguana para relajar el cuerpo y agudizar la mente.

Así que de vez en cuando salíamos juntos, que no encuentra uno fácilmente gente con la que valga la pena salir, que tenga conversación interesante y curiosidad por todo...

Luego se enganchó a la heroína (marca registrada de bayer) y a veces quedábamos en mi casa para drogarnos... cuando su madre lo descubrió venía con frecuencia a buscarlo a mi puerta, pero entonces subíamos al terrado a fumar porros, heroína, crack... La vecina, a su pesar, era nuestra cómplice, y callaba de nuestras gamberradas...

Era, de entre los consumidores de polvo, de una clase especial. No pagaba la droga con dinero, sino con CDs que robaba en los centros comerciales más antipáticos. Una especie de redistribución de la riqueza, justa y necesaria. Se sabía, claro está, todos los gustos musicales de los morenos, y estos solían recibirlo bien entre tantos clientes en los "supermercados de la droga" que frecuentaba.

Luego yo cambié de dirección, de vez en cuando venía a refugiarse a mi casa para follar, para drogarse o para pasar un par de días tranquilos.
Hace tres años llamó a mi puerta. Llevaba dos días sin dormir, se había hecho un montón de pastillas de la medicación de su hermano (esquizofrénico), y me contaba una extraña paranoia: había descubierto que los extraterrestres nos vigilaban... Nos vigilaban desde los semáforos, desde las televisiones, desde las radios, investigaban nuestros más íntimos pensamientos entrando en nuestro cerebro con las drogas que consumíamos. Nada que pudiéramos hacer, pensar, decir era libre, sino controlado por los extraterrestres, cuando no directamente sugerido por ellos...
Me pareció una interesante historia y lo dejé marchar, hacia la consulta de la seguridad social, a conseguir más recetas. Se le veía tranquilo, controlando una paranoia bien estructurada y disfrutándola a la vez, como tantas veces he hecho yo. No me pareció necesario hacerle confirmar que sabía que era una paranoia inducida, una forma segmentada de ver el mundo, real pero incompleta. Algo que solo adquiría sentido después de añadirle todas las otras formas de paranoia existentes. De soportar al máximo, honradamente en el cerebro, tanto como posible de la inmensa complejidad del mundo, y sobre todo de lo que nos afecta, de nuestro particular sesgo humano. No me pareció necesario porque creí que sabía, que entendía, y que era capaz de volver como quisiera...
Luego llegó su novia, y nos contaba que no, que estaba mal de verdad, y fuimos a buscarlo, pero ya no lo encontré.
Aprecié el gesto, que me honraba, de haber venido a hablar conmigo en su último renglón de lucidez, pero desde luego no lo merecía.

Luego ya nunca fue el mismo: drogado, mantenido en estado casi vegetativo, la coraza farmacológica no lograba protegerlo del enemigo, que se había instalado subrepticiamente en su propio interior.
Perdió el tono muscular, perdió el atrevimiento, su cara se volvió redonda, su voz aflautada, su mirada huídiza. Perdió a su novia. Su cabeza se encajó entre sus hombros; lo dominó una timidez extrema, patológica. Se volvió pálido como un vampiro; ya nunca salió de casa.
Su madre murió en navidad, pobre mujer sacrificada por sus hijos, enfrentada a complicaciones de las que nada entendía. Nos enteramos una semana después. Les dimos el pésame a él y a su hermano:

.- No dijimos nada, como eran fiestas...

Hoy me ha llamado la vecina:
.-Tengo que darte una mala noticia, Facundo se ha suicidado.

(había saltado por la ventana del deslunado, y lo habían encontrado, en la terraza del primer piso, muerto ya del primer golpe)

Creo que al final revivió en él el hombre vital que yo había conocido, el que se comía el mundo a grandes mordiscos. Creo, quiero creerlo, que más que un suicidio fue un cabreo, una apuesta, y una prueba, la más dura que se pudo exigir, de que él seguía siendo el gran Facundo, valiente y atrevido hasta el final.

6 comentarios:

Gabriel Antón dijo...

¿Fue peor el remedio, o la enfermedad?

Otro caso de terapia psiquiátrica "accidentada". Lo digo porque conozco alguno más.

Entiendo el gesto suyo de buscarte tanto tiempo después y explicarte lo que para él ya formaba parte de la realidad, y también entiendo tu candidez de no ver nada de malo en ello, al menos no un riesgo real.

Es realmente jodido reponerse de eso. En muchos casos imposible. Suele ser peor la recuperación que la propia caída, y a veces lo es incluso años después. Yo creo que el hombre vital que era no murió nunca en él, sino que quedó agarrotado, oculto, como lobotomizado, por la terapia, por la experiencia, pero vivo en su interior, y fue el mismo hombre que conociste el que tomó la fatal determinación. Lástima que lo hiciera.



Un saludo, te sigo leyendo.

Anónimo dijo...

Hola, amigo perruno catabólico (que bueno el anterior post. te quedan muy bien las gafas)

Lo siento por tu vecino, y por todos los que se complican tanto que ya no saben como sobrevivir.
Un triste pero emotivo escrito, como siempre encantada de leerte.

p.d: Que miedo me dan las drogas, y mira que me gustan.

Un besito.

Antígona dijo...

No me atrevo a decir nada sobre una historia para cuya descripción, desde mi ignorancia, sólo me viene a la cabeza la imagen de una pelota deslizándose suavemente y sin frenos por una pendiente. Porque supongo que la imagen es falsa y sí los hay. Los hay desde el momento en que algunos son capaces de activarlos. O simplemente no hay tal pendiente sino sólo un camino sometido a infinitas bifurcaciones.

Los hechos son los hechos. Pero por suerte la imaginación para interpretarlos es libre. Sobre todo cuando se carece de la posibilidad de constrastar la interpretación. Tarea es de los vivos dignificar tanto la vida como la muerte. Que para eso seguimos vivos.

¡Un beso!

Pareidolia dijo...

Su suicidio fue el último acto de lucidez que tuvo, estoy segura. Conozco muchos casos de esquizofrenia, muchos de ellos parecidos a los de Facundo, tipos especiales que empiezan a colocarse con cualquier cosa, a tener una vida desordenada, precedidos por una vida y un ambiente también desordenado y con antecedentes familiares de la misma enfermedad o de otras patologías psiquiátricas.
Me gusta leer acerca de la efectividad de la medicación en este tipo de pacientes y la verdad es que los estudios revelan que es muy difícil que funcionen de verdad, pero al menos evitan ciertos síntomas. Al fin y al cabo es sustituir una droga por otra que lleva un prospecto. La diferencia fundamental es que Facundo antes de que le diera el primer brote era libre, una vez que fue diagnósticado le pusieron la camisa de fuerza mental. Quiero pensar que el día que se suicidó pudo deshacerse de esa camisa.
Un beso

Anónimo dijo...

FAcundo tenía razón. Y solo hay dos formas de combatir el domino mental que tienen los extraterrestres sobre nosostros, esclavos. la una es suicidandose y la otra es follando...pero las mujeres no quieren follar por follar. ¿Serán ellas parte de los extraterrestres?

PRUEBAS 2013. dijo...

Los que intentan controlarnos son terrestres, eso que no nos quepa duda, asi que podemos con ellos.
EL suicidioes el cabreo de los cabreos que se paga contra uno mismo, tampoco lo dudes.
Un abrazo interesantísimo hombre. Tu huella siempre es muy seria.
Besísimos