25 marzo 2008

una cuestión ética 1º


En el siglo XIX estuvo muy de moda la la caza de mariposas. Los cazadores las coleccionaban. Es decir, las claveteaban en un panel de corcho que era el fondo de una caja plana, y cuando tenían lleno un panel le ponían encima una plancha transparente de vidrio. Luego colgaban los paneles en la pared del salón, o del despacho, o de una habitación destinada exclusivamente a ese uso donde sus invitados se asombraban. Las mariposas, una vez cazadas, se introducían en un frasco de boca ancha dividido en dos secciones horizontales. En la más pequeña, la de abajo, había algunos centilitros de formol que se expandían a la segunda en forma de gas través de pequeños agujeros. Las alas de la mariposa, de una delicadísima composición en escamas, no debían tocar el líquido, so pena de estropearse definitivamente. Esta faena se hacía in situ, para evitar que la mariposa se estropeara en sus intentos por escapar. Luego, por la noche y bajo techado, venía la segunda parte, no menos apasionante: Abrir las alas de la mariposa y clavarla, con un único alfiler, en el expositor. Se trataba de hacer duradero lo efímero, de ayudar un poco a Dios haciendo que su excelente labor perdurase en el tiempo más allá de algunos días.

Muchos llegaron a esa actividad por prestigio: era una marca de clase alta coleccionar mariposas, pero luego quedaban fascinados por la belleza y multiplicidad de sus formas y dibujos. Así, empezaron a aprender sobre ellas, a clasificarlas por sus nombres y familias, a interesarse también por las mariposas nocturnas, y por las variedades menos bonitas, como las polillas...

Los coleccionistas de mariposas formaban una secta cerrada que hablaba un esotérico lenguaje que sólo ellos entendían, y a pesar de que había mucha competencia, celos y recelos, en general las relaciones eran cordiales y muchos tenían corresponsales en tierras exóticas con los que intercambiaban ejemplares gracias a la excelente red de correos mundial.

Sin embargo muchos coleccionistas dejaron con el tiempo de practicar la caza...

El amor que habían tenido a las mariposas, a su belleza, había devenido en curiosidad ante el misterio del mundo, en humildad, y en un respeto casi budista hacia los ejemplares que antes habían matado con tanta facilidad; casi con ansias; empujados por el deseo de tener una colección mejor.
Resultaba que habían estado haciendo caso omiso a una repugnancia a matar que había crecido a lo largo del tiempo; y que un buen día los sentimientos reprimidos tantos años afloraban. Entonces el cazador de mariposas ya no podía salir a cazarlas. Salía, sí, pero ya no las cazaba, y de vuelta a casa miraba sus viejas colecciones con un sentimiento de pena y amor difícil de soportar. Muchos aprendieron a dibujarlas, y aunque fueron pocos los que se manifestaron públicamente en contra de la caza de mariposas, muchos de ellos regalaron sus colecciones a coleccionistas más jóvenes, con la esperanza de salvar así a muchas mariposas de una muerte absurda...

3 comentarios:

P dijo...

es siempre necesario pasar por la primera parte del camino? :(

huelladeperro dijo...

Espero que no, sino ¿a qué la historia?

pero lee, el post estaba originalmente unido con los dos siguientes, y lo motivó la nueva promoción del periódico local.

Gabriel Antón dijo...

hola, vengo de visita. De los tres posts éste fue el que más me gustó, quizá porque parece extrapolable a cualquier área del conocimiento (como una metáfora). Por ejemplo, podríamos sustituir a las "mariposas" por los "sentimientos", y a los entomólogos por académicos, o por filósofos, o incluso por científicos, artistas, etc. etc. etc.

Mira, leí este texto, y me pareció que te iba a gustar. Por si no lo conoces.

Un saludo!