LLamé por Tfno a mi amigo N. Cuando me presenté, la voz de la madre me dijo:
.- ¿Sabes que ha muerto el padre de N? El padre de mi amigo era el señor D. Sí, ya lo sabía, N nos lo había dicho, y con la naturalidad con que los niños ven las cosas lo habíamos asumido: D ya no estaría nunca más en el mundo. Pero también, todos a una, ¡cómo son los niños! nos habíamos negado a imitar el ritual hipócrita que sabíamos que hacían nuestros mayores. Y así, al que se le había ocurrido algo original o distinto que decirle, le había dicho, y al que no, había callado. Así somos los niños... ¡Y el muerto era suyo! Nos parecía impúdico, con nuestra actitud, presuponer si sentía esto o lo otro. Por eso callábamos... Dejé salir mi voz más sentida para hablar con la mujer de D:
.- Sí, ya nos lo dijo N al día siguiente... -El señor D había muerto durante la noche. Por la mañana N había estado jugando con nosotros. Por la tarde tenía el entierro. Hacía ya 3 días... Al otro lado del Tfno la señora D se puso a lloriquear:
.- Bua, bua, bua, el-e-ra-tan-bue-no bua, bua, bua.
Yo estaba cortadísimo; un niño de 11 años tiene muy pocos recursos para estas cosas. Hacía escasos meses que me había hecho Ateo (aunque llevaba años apuntando maneras) y mi nueva Fe no parecía adecuarse a la situación. Al otro lado del Tfno insistían:
.- Bua, bua, bua, po-bre-se-ñor-D, bua, bua, bua.
Y yo con mi problema. Lo que me salía más del corazón era decirle "no llore señora" pero: ¿cómo se lo iba a decir? Un niño no le dice eso a un adulto. ¿Manifestaciones de solidaridad? No, por mucho que llorara, no iba a darle más que las que le había dado a N, a fin de cuentas era su padre, lo había conocido toda su vida. Él había perdido mucho más que ella, y además era mi amigo. Yo a ella no la conocía casi, y al señor D tampoco. Balbucí un tímido "lo siento" y estoy muy apenado e hice, no recuerdo como, mención a su hijo N, un poco por señalarle un ejemplo de dignidad al que elevarse, y otro tanto para darle a entender que yo ya había cumplido mis obligaciones de amigo de los deudos.
¡Je! que si quieres arroz, Catalina. La situación era ya, como diría la pija de mi hermana, de "tierra trágame." El llanto era más patético, las palabras más incoherentes, y la mujer parecía ya el hombre orquesta: se oía, en un tono distinto, y a la vez que el bua-bua-bua y las palabras (incompresibles) que decía; se oía, digo, un hay-hay-hay-hay-hay. Yo iba probando comentarios sobre la brevedad de la vida; la vida y la muerte; que fueran a la vez coherentes con mis ideas, con lo que yo sentía, y que se aplicaran al caso. Como apenas conocía al matrimonio, mis comentarios tenían ciertamente referencia a N y a su hermano A, a quien también conocía. Ni modo, aquella mujer me llevaba al huerto que quería, a fuerza de forzar el llanto. Yo no podía colgar el Tfno -ya era demasiado humano, y era caridad darle lo que pedía.
Así fue que por una vez, por aquella mujer, abjuré de mis recién adquiridos principios:
.- La acompaño en el sentimiento -mentí.
¡Ché, tú, mano de santo! Los llantos y los gemidos callaron como por ensalmo, y el tono histriónico fue sustituído por uno resignado y temperado. Me agradeció el pésame; dijo una o dos frases cortas a propósito del muerto, y me asesoró sobre donde y a qué hora podría encontrar a mi amigo N. Luego colgó. Yo no había dicho una palabra. todavía con el auricular en la mano intentaba asimilar las sensaciones totalmente nuevas que me habían invadido desde que pronunciara las formulistas palabras:
A la vez que la señora D se calmaba, un nuevo conjunto de emociones se habían ido apoderando de mí. En ellas venían: Congoja, dolor por la perdida, resignación; pero también: respeto, vida en común, comprensión, paternidad compartida (gran parte de la historia de la educación de N empezó así a formar parte de mi alma), pero además amor a sí mismo, en forma de otros, círculos cerrados, familia, seno materno, completud. Y de repente había más gente: todos los que habíamos acompañado en el sentimiento nos repartíamos el muerto. Y eran ellos la familia, los amigos, los vecinos, los que habían ido al entierro, los conocidos más apreciados... Un grupo no muy alegre ni brillante pero armonioso, bien conjuntado y responsable. Con la responsabilidad de los que llevan un conocido en sus cerebros porque no tiene cuerpo físico en que sustentarse. Y pensé, pensé que el señor D andaría bien y cómodo, en este grupo variado que lo sustentaba, y que no lo obligábamos, no, ninguno, a ser más alegre, o más activo, o más abierto de lo que él nunca fue; sino que le prestábamos un trocito de cerebro cada uno donde acomodar su muerte, sus emociones, su pasado...
Y era...
No, caridad no; naturalmente humano hacerlo así. Y mientras nos hacíamos las cortesías de rigor:
.- Acomódese por favor.
.- No, no, yo sólo un rinconcito... Muchas gracias, muy amable.
.- Venga entonces por aquí, hacia el fondo, este sofá le gustará, es muy antiguo, pero muy cómodo.
.- Gracias, es perfecto, me siento muy bien en él.
.- Cuidado con el techo, es un poco bajo.
.- No padezca, si ya no me levantaré, si me lo permite, aquí estaré siempre sentado.
.- Desea algo de beber; zumos, refresco, sangría...
.- No, gracias, sólo algo de vino, pero a la noche, cuando estemos más tranquilos, o dentro de unos años, cuando se haga Vd. adulto...
Mientras nos hacíamos las cortesías de rigor, los demás deudos, aquellos que habían acompañado a la familia en el sentimiento, una vez comprendido que nos repartíamos el espacio con corrección; él no tomando más que lo que yo le daba, y yo no dándole menos de lo que necesitaba; una vez reestructurado el espacio, que entre todos le concedíamos; se fueron retirando discretamente, como han de hacer buenos vecinos, y me dejaron con mi huesped (con mi trozo de huesped).
Vi que no había sido muy destacado, ni gran intelectual (por eso no había querido un libro) sino honesto, sencillo y humano, de la tribu de los hombres. Y vi que si algo me aportaba era un amor callado y alegre del trabajo artesanal constante y bien hecho.
Y cuando relajó su personalidad y se acomodó para dormitar en sus sueños, vi que con él venían otros huéspedes, que eran numerosos y de distintas épocas, y que lo ocupaban casi entero cuando él descansaba (pero no más del espacio que yo les dejaba). Me pareció ver, entre tantos medievales tranquilos, algunos que debieron participar en gestas homéricas.
Y...
Y luego colgué el Tfno.
Un buen minuto y medio me había quedado ahí; o quizá más, quizá 15 minutos...
Yo ya no era como antes:
Me había vuelto de la tribu de los hombres...
Huelladeperro, mi padre, el señor D, y toda una multitud....
4 comentarios:
Curiosa historia... es perfecta la percepción de niño, diferente y mil veces menos dramática y menos impostada que la de los adultos.
Te veo así como acomodando a los difuntos... tienes overbooking o qué?? Hay que ir desalojando, por desgracia... entran siempre más de los que salen.
Un beso.
Entré en tu blog porque me gustó lo del
YO NO LEO....ESCRIBO.
Y lo haces muy bien.
la tribu de los hombres... se ingresa a ella en la infancia pasando por rituales iniciaticos fuertisimos o al menos muy marcadores de la personalidad y cuando uno esta ahi, absorto en sus observaciones de autoestructuracion y convencido que asi es la cosa, se da cuenta que los demas pasaron a llamarse "adultos" y cambiaron las reglas del juego y ahi queda uno, sin entender nada, viviendo vida de adulto con herramientas obsoletas arraigadas a sentimientos que, sin espacio a discucion, nos hicieron sentir un dia que perteneciamos a la tribu de los humanos.
Sin duda, un bello texto... Gracias por compartirlo, y bienvenido a mi blog.
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